Las cortinas se abren sobre un escenario prácticamente vacío, modestamente ocupado por unos muebles entre los que destaca una cama. Ésta, deshecha aún, recibe los últimos rayos del escaso sol de la nublada tarde de verano. Entra un actor.
Acto I, Escena I.
Ni las palabras ni la vista sirven para apreciar la acción que tiene lugar en este escenario. Todo ha de ser descrito a través de los aromas.
Aunque sólo se encuentra el joven cabizbajo apoyado contra la parte superior de la cama, éste no se encuentra aislado. La presencia ausente de otra persona lo acompaña. Su aroma, ahora fuerte, se desvanecerá en apenas un par de días; pero a él le da igual: ahora mismo se siente con ella. Le basta con cerrar los ojos, dejarse llevar por su olfato, y a través del perfume acceder a la parte más fortificada de su memoria. La sección donde atesora los momentos con la persona que desprende dicho olor.
Ahora están juntos en la distancia, y él puede casi saborear aquellos besos mermados por la furia irrefrenable del tiempo, ahogado en lágrimas de un mar de impotencia. ¿Quién dijo que el amor fuese inofensivo?
Pero a él no le importa. Esto le hace sentirse vivo. Vivo como nunca jamás llego a imaginar. Se aferra al olor, impaciente a que la portadora de la fragancia regrese a su lado, apretando los dientes como si así tratara de demostrar fortaleza cuando de sobra conoce su propia debilidad.
Se cierra el telón.
Fin del primer acto.
domingo, junio 13, 2010
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1 comentario:
Impresionante!
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